martes, 3 de septiembre de 2013

Becas e igualdad de oportunidades en la educación superior

Dentro de la organización de la administración, en el campo de la educación superior, existe un tema recurrente que no termina de encontrar una buena solución, las becas.

Es importante definir qué debe ser una beca. ¿Debe ser una ayuda económica para permitir la educación de un alumno? ¿O debe ser un premio o reconocimiento a su esfuerzo y/o capacidad? La respuesta a estas preguntas podría definir hacia qué modelo orientar la solución. Si es un reconocimiento al esfuerzo o al mérito tiene sentido que esté ligado al resultado académico. 

Pero no hay que perder de vista que, aproximadamente, el ochenta por ciento del coste total de una matrícula universitaria ya está subvencionado directamente. Es decir, las tasas que deben abonar los estudiantes corresponden sólo a un porcentaje. El 20% restante debe ser costeado por el alumno o bien financiarse mediante beca.


Fuente: elaboración propia


Ahora reflexionemos sobre la parte susceptible de beca, una beca que, además, van a solicitar las rentas más bajas. ¿Tiene sentido fijar una nota mínima de acceso para recibir una parte de la subvención? ¿No debería fijarse entonces también para la otra parte, precisamente, la más cuantiosa?


Además, como dato curioso y que llama a la reflexión, en la Universidad de Zaragoza, los estudiantes becados obtienen mejores resultados académicos que los no becados. Sobre todo porque puede estar indicándonos que ya, en las familias de rentas más bajas, sólo los estudiantes más sobresalientes consiguen reunir el esfuerzo familiar de cursar unos estudios superiores. Y también que el anterior sistema de becas no era tan generoso como parecen querer transmitir con los cambios actuales.

Pero, además, de la complejidad del modelo de becas y subvenciones de matrícula, nos encontramos con otro grave problema: el sistema de concesión de becas.

Es posible y habitual que una universidad acabe devolviendo al ministerio parte del dinero de las becas, aún existiendo alumnos que las necesiten, porque las condiciones de concesión no se ajusten a la realidad regional. O porque había condiciones en su concesión incompatibles entre sí.

Sin embargo, no existe el canal que permita que los gestores de becas informen de qué condiciones hacen imposible la concesión o qué podría mejorar el proceso. No hay comunicación ni flexibilidad.

Aún hace falta diseñar un buen modelo de becas y/o subvenciones que sí permita la igualdad de oportunidades y, es lícito también buscar que tenga el mayor aprovechamiento posible. Pero se echa en falta que los gestores de estas ayudas, los que reciben en la ventanilla los problemas de asignación y pueden ver los errores del modelo con más claridad, no tengan un canal más directo con quienes diseñan estas soluciones.


También es necesario recoger datos reales sobre el aprovechamiento y rendimiento de los estudiantes para no incluir medidas que compliquen y hagan aún farragosos los procedimientos de la administración. Si realmente, los estudiantes becados españoles ya fueran superiores en rendimiento académico a la media, ¿Sería necesario introducir una fórmula en la concesión de becas imposible de calcular?

 
Quizás esa es la pieza del puzle que falta, la comunicación con los agentes y la evaluación, real, de resultados, que permitiría un modelo más beneficioso para la sociedad.

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